Era sábado por la tarde. Necesita comprar un artículo que se me había olvidado en la compra habitual, de pequeño importe, así que entré en un supermercado. Elegí lo que necesitaba y me dirigí a la caja. No tardé ni tres minutos en entrar y estar en frente de la cajera, dispuesto a pagar.
Al solicitarme el importe, le entregué un billete de 10 euros. Lo tomó, y ante mi atónita mirada, se puso a mirarlo al trasluz, a tocarlo, a inspeccionarlo visualmente, ... es decir, a comprobar si el billete era auténtico.
Me devolvió unas monedas, y un billete de 5 euros.
Delante de ella, me puse a mirarlo al trasluz, a tocarlo, a inspeccionarlo visualmente, ... es decir, a comprobar si su billete era auténtico, ... ante su sorpresa y la del resto de clientes que esperaban en la cola de la caja.
Desde luego, dada la cantidad de falsificaciones que circulan, un establecimiento necesita comprobar si un billete es, o no, falso. Sin embargo, realizar ese ejercicio delante de un cliente, transmite un pésima imagen de establecimiento.
La clase de gesto que te dice "no me fío de ti".
La clase de gesto que te dice "no me fío de ti".
Minar la confianza del cliente no suele ser una buena estrategia para que el cliente vuelva. Mi padre me decía: "Hijo, el hombre que no se fía, no es de fiar".
La cajera, desde luego, no tiene la culpa de que nadie la haya provisto del aparatito que detecta falsificaciones. Tampoco de que se le haya dado la responsabilidad de evitar fraudes.
Supongo que alguien en una mesa ha pensado que lo mejor es simplemente, que haga una "comprobación casera" delante del cliente, que en mi caso, acabo con toda intención de volver al establecimiento.
Si el billete hubiera sido falso, y lo hubiesen aceptado sin más, les hubiera salido más barato, créanme. La confianza tiene su retorno de inversión.
El cliente decide en cada pequeño detalle, pero sobre todo, en la interacción con el personal que le atiende. Desconozco cuanto suma el fraude por falsificaciones, pero estoy seguro de que no soy el único cliente ofendido por esa práctica de comprobación.
Es más, si tan frecuente es la falsificación, ¿por qué no ponen un aparato de detección, y así, evitan a los empleados el tener que enfrentarse al cliente por una valoración subjetiva de lo que es (o no) falso?
Al final, si la contabilidad importa más que las personas (ya sean clientes, o trabajadores) el resultado suele ser menos positivo de lo esperado para el negocio.
Y al final de todo, lo que queda es que el establecimiento ha perdido un cliente a cambio de nada. El billete, simplemente, no era falso.
Y al final de todo, lo que queda es que el establecimiento ha perdido un cliente a cambio de nada. El billete, simplemente, no era falso.
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